
Cuando un hombre acude a terapia por disfunción eréctil, es habitual que la conversación clínica se enfoque solo en su cuerpo, su ansiedad, su historia sexual. Pero rara vez se pregunta por la pareja. Por cómo está el vínculo, por cómo viven el deseo, por qué no se dicen. Y eso, en muchos casos, es un error de base.
La experiencia clínica lo muestra con claridad: los problemas sexuales en la pareja no son individuales, son compartidos. Y lo que le ocurre a uno, inevitablemente repercute en el otro.
Muchas veces, es difícil saber si la disfunción apareció antes del desgaste afectivo, o si fue al revés. ¿Se apagó la pasión o empezaron los fallos en la respuesta sexual? ¿La distancia fue consecuencia o causa?
En realidad, suele ser un ciclo: la disfunción alimenta el malestar relacional, y el conflicto en la pareja refuerza el problema sexual. La disfunción eréctil rara vez se presenta aislada.
Desde hace décadas, la literatura científica insiste en esta visión. Ya en 1970, Masters y Johnson afirmaban que no existe relación larga sin dificultades sexuales en algún momento. Y que mirar solo al pene es olvidar el resto del cuerpo… y de la relación.
Cuando la salud sexual masculina se tambalea, aparecen preguntas silenciosas:
— ¿Ya no le gusto?
— ¿Está con otra persona?
— ¿Estoy haciendo algo mal?
En muchas ocasiones, las parejas de hombres con disfunción eréctil sienten más angustia que ellos mismos. Sufren en silencio. Dudan, se culpan, se alejan. Y como casi nadie habla de esto, creen que están solas en esa angustia.
Uno de los mayores riesgos en estos casos no es la disfunción en sí, sino lo que provoca en la comunicación:
Se evitan los encuentros sexuales.
Se evita hablar del tema.
Se evita incluso el contacto afectivo.
Y en esa evitación, la pareja se erosiona. Lo que empezó como un fallo fisiológico se convierte en una grieta emocional.
Cuando en consulta se incluye a la pareja en el proceso terapéutico, el panorama cambia. El problema deja de ser “suyo” para convertirse en un reto compartido. Y eso, según múltiples estudios, mejora notablemente los resultados del tratamiento a largo plazo.
Las parejas que se sienten escuchadas y acompañadas suelen mostrar mayor compromiso, más empatía y más disposición a reconstruir el vínculo. A veces, lo único que necesitan es tener un espacio seguro donde poder hablar de esto sin vergüenza ni reproches.
Es cierto: los fármacos ayudan. Pero solos, no bastan. Porque la disfunción eréctil no es solo un problema físico. Es un síntoma de algo que ocurre —o deja de ocurrir— en la relación. Por eso, la terapia de pareja y la intervención emocional son fundamentales en muchos casos.
Hablar de inseguridades, revisar creencias, repensar expectativas sexuales… y, sobre todo, reconstruir la intimidad desde un nuevo lugar. No desde la culpa ni la exigencia, sino desde el cuidado mutuo.
Para abordar con éxito los problemas de erección, es fundamental pasar de una mirada individual a un enfoque de pareja. Esto implica:
Evaluar la dinámica relacional en profundidad.
Incluir a la pareja desde el principio del tratamiento psicológico.
Explorar la historia sexual compartida, y no solo la de uno.
Trabajar la comunicación sexual realista y respetuosa.
Tratar el síntoma, sí, pero también su contexto.
Una vida sexual satisfactoria no depende del rendimiento, sino de la conexión. Y la conexión no se entrena en solitario. Incluir a la pareja en el proceso de terapia no solo mejora el pronóstico, sino que también refuerza el vínculo y recupera la complicidad.
La disfunción eréctil puede ser el síntoma que lleva a consulta. Pero muchas veces, es también la oportunidad de revisar cómo nos relacionamos, cómo nos deseamos y cómo nos cuidamos.
Si este tema resuena contigo o con tu pareja, puedes escribirme de forma confidencial. Estoy aquí para acompañaros.